Abrázame, que ha hecho mal tiempo para soñar nuestro amor. Y sin embargo, quiero que sepas, que yo también me duermo reviviendo todos los instantes que te nombran, que nos unen... aquellos besos impacientes, como presos en una cárcel distante, en la distancia, las promesas cercanas y lejanas, las extrañas maniobras del destino que nos hicieron coincidir en el tiempo, los ideales que comparten nuestro espacio, el encuentro que hizo posible nuestra historia, el destino que nos vislumbra caminando juntos.
Me duermo con todo ello, y no suelto nunca tu mano. Me duermo con todo ello, y retengo fuerte tu mano [no quiero que te vayas].
Hoy voy hablarte de adioses y despedidas contantes, cotidianas, de todos los seres en la tierra. Hoy voy hablarte de esos vacíos que vienen siempre con todas las partidas:
Cada día está repleto de adioses diferentes, las flores que marchitan, algún pájaro que emigra, acaso los amigos que parten, los besos que ya son pasados y no se reeditaran idénticos... La renuncia a un sueño muy a nuestro pesar y el adiós a los muertos queridos. Esas últimas caricias que pretendimos perpetuar inútilmente, los pasos grises y dolientes que nos aleja de las tumbas recientes, las lágrimas que se secan dejando un ardor en la mejilla... Y medito sobre el adiós: ¿son los otros los que se marchan, o nosotros que nos quedamos? ¿Cual es la medida de la distancia con los que mueren o con los que dejan de amarnos, y simplemente nos olvidan?